viernes, 20 de diciembre de 2013

Día 354 - Los ahorros de una vida

Hoy me desperté cantando “No te animás a despegar”, de Charly García. Antes de partir rumbo a Rusia debía dejar pago el curso de verano que haré a distancia, desde Moscú, en la Casa de Rusia en Buenos Aires, con el objetivo de aprender el idioma del país que, tan amablemente, me recibirá. Para efectuar el pago, necesitaba dinero. Mi dinero había sido puesto, por mi viejo y de manera inconsulta, en un plazo fijo que vencería el día de mi partida, el jueves dos de enero de dos mil catorce. Supuse que como había actuado sin mi consentimiento, era suya la obligación de conseguir el dinero de la inscripción al curso.
Conduje la furgonetita hasta su casa, me atendió el mimo y me acompañó hasta la cocina, donde mi viejo y Botswana Amarula, su mujer de los viernes, compartían un tereré. El mimo me dejó con ellos, cerró desde adentro la puerta de la cocina y salió al patio, donde había estado hasta el momento en el que yo había tocado timbre, entreteniendo con sus juegos, trucos y malabares a mis medias hermanas botswanesas: Laa Laa, Dipsy Nabila, Abba Po y Tinky Winky.

Luego de saludarlos y recibir el tereré que Botswana me ofrecía, le comuniqué a mi padre el motivo de mi visita.
―Justo me agarrás sin un peso ―me dijo―. Si hubieras venido el miércoles me habrías agarrado con plata encima.
Ni por una razón de fuerza mayor volvería a visitarlo un miércoles, porque ese era el día en el que mi viejo estaba con mi vieja y no quería vivir otro episodio como el de la última vez, cuando me dejaron solo con el mimo, se encerraron en el dormitorio y mi viejo tomó la pastillita azul. Iba a decírselo, pero no estaba seguro de cómo reaccionaría Botswana si hablaba de alguna de las otras delante de ella, así que opté por preguntarle a mi padre ¿por qué razón dos días atrás tenía un dinero que ahora no tenía?
―Porque lo necesitaba para señar un hangar ―me respondió―. ¡Compré un hangar en Ezeiza para que vivamos allá, todos juntos!
―¿Un hangar? ¿Cuánto te costó? ―le pregunté asombrado.
―Por ahora solamente pagué la seña. Treinta mil dólares ―me dijo.
―¿Y de dónde sacaste treinta mil dólares? ―le pregunté temiendo que fueran parte del dinero que yo le había dado para que me lo guarde.
―Los ahorros de una vida, Natalio. Los ahorros de una vida ―dijo en un tono patético.
―¡Ah! ¿Ya te dieron la llave? ¿Cuándo lo podés habitar?
―Ya mismo ―respondió―. Mañana vamos a hacer la mudanza. Justo en un rato iba a ir a tu casa para contarte esto y para pedirte a vos y a tus amigos que nos ayudaran. No solamente ustedes; tu furgonetita puede ser de gran utilidad.
―¿Mañana…? ¿Mañana…? Dejame pensar… Sí, mañana no hay problema. Pero, ¿por qué el apuro de mudarse tan pronto? ―le pregunté.
―En primer lugar ―comenzó a decir y se acercó a mí para que Botswana no pudiera oírlo―, porque ya no soporto esto de pasar un día con cada una de mis mujeres. Como me esperan durante toda la semana, se sienten con derecho a hacerme todo tipo de reclamos y demandas. Pero, principalmente, porque se me ocurrió la idea de que usemos el hangar para celebrar ahí la Fiesta Anual de los Gris. Ya hablé con tus hermanos y con tu madre. Todos estuvieron de acuerdo. Solamente me faltaba avisarte a vos.

6 comentarios:

  1. ¡Un hangar en Ezeiza para pasar las fiestas! A veces es ocurrente, tu viejo, Don Natalio

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    1. Sí, sobre todo cuando se le ocurre irse a la mierda.
      Perdón por el exabrupto, Fernando. Me dejé llevar.
      Saludos!

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    2. No hay problema, de casualidad descubrios días pasados que somos adultos, y entre adultos estas cosas se entienden, Don Natalio.
      Pero que no se vuelva a repetir, por favor.

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  2. Un hangar en Ezeiza, patéticamente caluroso...

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    1. No te preocupes, Anó. Tenemos aire condicionado... Condicionado por la temperatura que haga y la cantidad de gente que haya en el hangar.
      Saludos!

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