martes, 10 de diciembre de 2013

Día 344 - El plazo fijo

Hoy me desperté cantando “Desnuda”, de Ricardo Arjona. Me reservo mi opinión, porque temo que me salga rimada. Además, tengo cosas más importantes de las que ocuparme.
Mi primo Luján, de Luján, estaba preso; Samuel, desesperado; mi viejo, desaparecido; el mimo, callado; yo, hinchado las pelotas. Lo primero que tuve que hacer esta mañana, después de que terminé de cantar, fue calmar por enésima vez a mi concubino, repetirle que, bien tempranito, unos minutos antes de que su mujer de los martes reemplazara a la de los lunes, iríamos a la casa de mi viejo. Entonces nos aseguraríamos de encontrarlo y le pediría que me diera una parte del dinero que me estaba guardando para que pagáramos la fianza de Luján.
Estábamos estacionados a la altura de su casa, en la vereda de enfrente, cuando un remís estacionó frente a su puerta y tocó la bocina repetidamente, reproduciendo, con la sucesión de cornetazos, la melodía del clásico “Car-los Car-li-tos Ba-lá”. Disparado como un rayo, el mimo salió de la casa guiando por los hombros a una mujer cuya cabeza era cubierta por una frazada. Del auto bajó otra mujer a la que tampoco se le veía el rostro. La primera ocupó el lugar de la segunda y la segunda fue guiada por el mimo hacia el interior de la casa. Antes de que cerraran la puerta desde adentro, la obstruí con mi pie e ingresé detrás de ellos. En el zaguán los adelanté y me dirigí a la habitación de mi viejo.
Ahí estaba el donjuán, recostado sobre uno de sus costados, destapado, en bolas y, afortunadamente, de espaldas a la puerta. Por el ruido de mis pasos sobre el piso se había dado cuenta de que alguien había entrado. Además, para evitar que el mimo se entrometiera, yo había cerrado la puerta y le había puesto llave.
―Desvestite ―dijo él.
No llegaba a descifrar el motivo de su pedido, pero era mi padre, estábamos en su casa, estábamos en su habitación… debía obedecerle.
Mientras dudaba entre sacarme el calzoncillo o dejármelo puesto mi padre volvió a pronunciarse.
―La timidez se queda al otro lado de la puerta. Sacate todo.
Actué como debe actuar un hijo obediente.
―Acostate conmigo ―dijo.
Le hice caso.
―Abrazame ―me pidió. Hablaba en un tono extraño, entre susurrado y ronco.
Sentí, por primera vez desde su regreso, que mi padre me amaba y lo abracé con fuerza. El hecho de que los dos estuviéramos desnudos me impresionaba un poco, pero me aseguré de arquear mi cuerpo de modo que mi pelvis quedara a una distancia prudencial de sus nalgas.
―Ahora ―me dijo― pedime lo que quieras, pero ya sabés, tenés que decirme “papito”.
―Papito ―le dije yo al borde de la emoción, con los ojos humedecidos por las lágrimas―, quiero que me devuelvas cinco mil pesos de los treinta y cinco mil dólares que te di para que me guardaras.
Por alguna razón mi viejo se levantó de un salto.
―¡Natalio!, ¿qué hacés en bolas en mi cama? ―me dijo, levantó un acolchado del piso, se cubrió y comenzó a vestirse.
―Nada. Hice lo que vos me ibas diciendo ―le respondí, ya levantado, vistiéndome al otro lado de la cama.
―¿Vos te volviste loco? ¿Para qué querés los cinco mil pesos?
―Tengo que pagar la fianza de mi primo Luján, que está en cana acusado de racismo y privación de la libertad agravada por el uso inapropiado del talco para pies.
―Imposible ―dijo mi viejo, ya abotonándose la camisa―. Puse la plata en un plazo fijo. No la puedo sacar.
―¡Pero yo esa plata la necesito para mi viaje a Rusia! ¿Cuándo vas a poder sacarla?
―¿Cuándo te vas? ―me preguntó.
―El dos de enero ―le dije.
―¡Justo! El dos de enero se vence el plazo fijo.

4 comentarios:

  1. Bueno, es un alivio saber que el día que te vas va a estar la plata.

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    1. Sí, Fernando. Un día más tarde y estaba perdido.
      Saludos!

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  2. Tu padre es una porquería! Y además está crazy.

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    1. ¿Está quién? ¿Crazy? ¿Quién es Crazy? ¿Su séptima mujer?
      Decí lo que sabés, Anó. No seas canuto.
      Saludos!

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