miércoles, 27 de noviembre de 2013

Día 331 - En el estado de Wisconsin

Hoy me desperté cantando “Te sigo”, de Los Calzones Rotos. Era temprano, pero el desayuno estaba servido en la mesa, esperando por Samuel, que todavía dormía, y por mí. Mi primo Luján, de Luján, que debía ser quien lo había preparado, no estaba ahí. Un ruido proveniente del baño delató su presencia. Me acerqué hasta la puerta. El ruido era el de mi afeitadora eléctrica. Me pareció extraño, porque Luján era un imberbe. Ni me quise imaginar qué parte del cuerpo estaría afeitándose y había decidido tomar unos cuantos dólares de debajo del colchón y comprarle una afeitadora eléctrica para que hiciera con ella lo que quisiera, pero no sería necesario, porque cuando salió, unos minutos más tarde, comprobé que se había afeitado la cabeza. Su nuevo look le gustaba tanto que había vuelto a raparse.

En medio del desayuno recibí un llamado de Luis Miguel. Me informó que debía seguir al jefe de la mafia rusa, que no le perdiera pisada en todo el día, que registrara todos y cada uno de sus movimientos, pero, a pesar de mi insistencia, se negó a revelar el motivo de la investigación.
Iba a salir en la furgonetita, pero me disuadieron el hecho de que el jefe conocía mi vehículo y eso que me había dicho Justicia Social acerca de que el jefe estaba sospechando que yo había utilizado su dinero sin su consentimiento para apostar en beneficio mío en la pelea entre Vicky y la falsa Lucrecia. El peligro al que me exponía si me descubría espiándolo excedía el mero enojo de quien se descubre perseguido. Tenía que manejarme con suma cautela.
Fue por eso que tomé un billete de cien dólares de mi fortuna personal, bajé a la calle, paré al primer taxi libre que pasó por mi calle y le di el dinero a cambio de contar con sus servicios para lo que restaba del día. El taxista accedió sin dudarlo.
La verdad es que la poca información que me había facilitado Luis Miguel y la conducta del jefe hicieron que el caso aquel me pareciera ridículo. Nos pasamos el día siguiéndolo en el que habrá sido su día de los mandados, porque no hizo más que ir de negocio en negocio. Debe haber visitado una treintena de locales y de todos, sin importar el rubro del comercio, salía con un pequeño sobre color madera en la mano.
Para pasar el rato, me entretuve conversando con el taxista, quien me pidió que no le contara a nadie lo que iba a confesarme. Al parecer, de acuerdo a sus dichos, había sido un agente encubierto en la guerra de Vietnam y había sido declarado héroe de guerra por interceptar una carga de arroz destinada a alimentar a las tropas vietnamitas. Le pedí que, si la llevaba consigo, por favor me mostrara la medalla, pero me dijo que la había donado a un museo conmemorativo emplazado en el estado de Wisconsin. Le pregunté por su acento, que no conservaba ni el más mínimo rasgo norteamericano.
―Entrenamiento militar ―me dijo―. Lo aprendí en la colimba.
―Pero ¿en qué quedamos? ―le pregunté― ¿Sos yanqui o argentino?
―Ninguna de las dos cosas ―me dijo―. En realidad, mi viejo es yanqui, mi vieja es argentina, pero yo nací en la República de Guinea Ecuatorial.
―¿Cómo te llamás? ―le pregunté antes de bajarme a unas cuadras del restorán-gimnasio de los rusos.
―Jorge ―me dijo―. Jorge López. ¿Vivís acá?
―No, a unas cuantas cuadras.
―¿No querés que te lleve? ―me preguntó.

―No, te agradezco, pero estoy un poco mareado y necesito caminar.

4 comentarios:

  1. No entendí muy bien lo que está pasando. Tal vez fruto de mi desconcentración por prestarle atención a la tormenta de ayer.

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    1. Entonces la tormenta debe haberme afectado a mí también, porque yo tampoco entiendo demasiado de lo que está pasando.
      Saludos!

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  2. Natalio, te estás perdiendo de algo?

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    1. No sé. ¿La vida? ¿La oportunidad de disfrutar, viajar y divertirme?¿Pasar tiempo con mis amigos y mi familia?

      Saludos!

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