lunes, 25 de noviembre de 2013

Día 329 - Su desprecio eterno

Hoy me desperté cantando “Ojos de cielo”, de El Sueño de Morfeo. Poco a poco, mi primo Luján, de Luján, está volviendo a ser el de antes, al menos en lo que a su actitud servicial se refiere. Por primera vez en varios meses, preparó el desayuno para Samuel y yo. Habrá que creer, entonces, que tenía fundamentos la hipótesis de este otro y que las extensiones y las rastas estaban ejerciendo algún influjo sobre la conducta de Luján. Sí, desde que lo rapamos es otra persona. Antes dormía hasta las tres de la tarde, ahora se despierta con el amanecer, tiende su cama en menos de dos minutos, lava, cocina, limpia, se ejercita…
El casamiento de Igor me había dejado la sensación de que Justicia Social no la había pasado bien y sentí la necesidad de ir hasta su casa y disculparme personalmente por haberla llevado a una fiesta desprovista de lujos, de estilo decadente, carente de clase. Pero una simple disculpa no sería suficiente, tenía que encontrar la manera de compensarla.

Estacioné la furgonetita Volkswagen a la vuelta de su casa. Es un vehículo viejo y no quería que empobreciera la puesta en escena que había ideado. Toqué timbre, Justicia abrió la puerta y esa fue la señal para que, desde el techo de una casa de la vereda de enfrente, dieran inicio a un espectáculo de fuegos artificiales que duraría nueve minutos y cuarenta y dos segundos. En simultáneo, un colectivo moderno y gigantesco se detuvo en medio de la calle. De él bajaron los cuarenta y siete músicos que integran la orquesta de uno de los hoteles más exclusivos de Buenos Aires y le pusieron música al espectáculo visual. Unos segundos después, el chofer del colectivo abrió el portaequipajes y ciento treinta y dos palomas se largaron a volar por la ciudad dibujando, en la combinación de la trayectoria de sus vuelos, corazones y flores de todo tipo.
El espectáculo recién había finalizado y estaba a punto de declararle mi amor eterno cuando la oí decir:
―¡Qué barbaridad!
―¿Viste qué maravilla? ―le pregunté.
―¡Una locura, un despropósito, un desperdicio de recursos! Ves, esto es lo que nunca tendrías que hacer si algún día quisieras conquistarme. ¿A quién se le ocurre malgastar tantos recursos en esta sarta de frivolidades?
―Totalmente de acuerdo ―le dije― ¿Puedo pasar?
Entré antes de que me hubiera dado permiso para evitar que alguno de los miembros de la orquesta o el chofer o el encargado de los fuegos artificiales me delataran. Nos sentamos en la mesa de la cocina, Justicia me convidó con un vaso de agua y, después de tomar un buen trago, decidí que había llegado el momento de disculparme por la boda de Igor.
―Justicia ―le dije―, vine hasta acá sobre todo para disculparme por el casamiento del otro día.
―Sí ―dijo ella―, ¿qué fue toda esa pavada de la limusina y el cotillón? Cuando te conocí lo que más me gusto de vos fue que actuabas como si no tuvieras ni un centavo. El sábado, en cambio, no hiciste más que ostentar. De todas formas, fue el mejor casamiento en el que estuve en mi vida y te agradezco por haberme invitado.

Fue entonces cuando entendí que su condición de hija de un dirigente político de la extrema izquierda la llevaba a oponerse a todo lujo y ostentación. Menos mal que lo entendí antes de darle la pulsera de diamantes que había comprado para ella. Entregarle un regalo de esa naturaleza me habría valido su desprecio eterno.

4 comentarios:

  1. ¡Sí, qué suerte que te diste cuenta! Lo otro que yo cuidaría, por las dudas, es de guardar el dinero en otro lado. Ahora que el primo Luján está haciendo la cama de nuevo, puede por error encontrarlo y, pensando que es basura, tirarlo a la ídem

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    1. Muchas gracias, Fernando. Tendré en cuenta la sugerencia.
      Saludos!

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  2. Natalio sí todavía tenés la pulsera, me la regalas? Jajaja

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    1. Cómo no, Anó. Solamente decime por mensaje privado a qué dirección enviártela.
      Saludos!

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