jueves, 7 de noviembre de 2013

Día 311 - Igor no va a venir

Hoy me desperté cantando “El dinero no es todo”, de Los Auténticos Decadentes. Estoy de acuerdo con el enunciado del título de la canción, el dinero no es todo en la vida… ¡pero cómo ayuda! A mí, si lo tuviera, me ayudaría, por ejemplo, a pagar el cine y la cena que tendría esa misma noche con Justicia Social. Estaba tan desesperado por hacerme con algo de efectivo que, una vez concluido el entrenamiento de aquella mañana con la Falsa Lucrecía, les ofrecí a los rusos del restorán-gimnasio en el que estábamos preparando la pelea un descuento del cincuenta por ciento en una excursión de mi emprendimiento turístico “El Pasea Porros”, siempre y cuando tomaran el servicio en ese mismo instante, pagaran en efectivo y por anticipado.
Para mi sorpresa, aceptaron sin que hubiera necesidad de insistirles. Para tener una ganancia que me permitiera afrontar los gastos previstos para esa noche, decidí no participar a mis socios. Así fue que, cinco minutos después de recibir el pago, arrancamos rumbo a la primera parada: el Obelisco.

El contingente estaba conformado por siete rusos que tenían el tamaño de cuatro heladeras Siam puestas dos sobre dos y juntas. Me llamó la atención que cada uno llevara un bolso gigantesco colgando de uno de sus hombros. ¿Habrían interpretado mal la naturaleza de la excursión? Por las dudas no iba a pedirles que se pusieran ropa de cuero ni iba a mencionarles el asunto del sadomasoquismo.
Cuando doblé por Avenida Corrientes rumbo al Obelisco uno de los rusos se acercó a mí y me dijo que había equivocado el camino, que a partir de ese momento no doblaría, que no me detendría en un semáforo aunque estuviera en rojo, sin haber recibido su indicación. Sí, definitivamente, el miedo a que un ruso te mate es un gran persuasor. Obedecí y terminé estacionando en un terreno baldío que estaba junto a un gran galpón. El ruso me había hecho apagar el motor media cuadra antes de llegar a destino y, antes de bajar de la furgonetita, me ordenó que, ni bien oyera el primer estruendo, pusiera la furgonetita en marcha y diera la vuelta para poder partir de manera directa. Me dijo, por las dudas, que si valoraba mi vida, ni siquiera pensara en irme de ahí antes de que ellos hubieran vueltos. Los siete rusos se perdieron al otro lado del tapial cargando sus bolsos. En realidad, no se perdieron del todo, no hasta que ingresaron al galpón, porque eran tan altos que la parte superior de sus cabezas sobresalía.
Tras oír un sonido similar al de la ráfaga de una ametralladora, puse la furgonetita en marcha y giré en U dentro del terreno baldío. La ráfaga se multiplicó en muchas otras ráfagas. Luego se oyeron disparos cada vez más aislados. Finalmente, tras un gran estruendo final, seis de los siete rusos regresaron a la furgonetita.
—¡Arranca! —me dijo el ruso que actuaba como jefe.
—¡Pero volvieron seis! ¡Falta uno todavía! —le advertí.
—Arranca te digo. Igor no va a venir.

Huimos a toda velocidad, los dejé en el gimnasio-restorán y regresé al monoambiente porque, aunque estaba cansado y asustado, debía prepararme para mi primera salida con Justicia Social, la hija del candidato.

2 comentarios:

  1. Menos mal que pagaron por adelantado, porque si no a la vuelta, era un boleto menos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es cierto, Fernando. Tal vez haya que implementarlo como única modalidad de pago para el "Pasea Porros".
      Saludos!

      Eliminar