jueves, 24 de octubre de 2013

Día 297 - La ñata contra el vidrio

Hoy me desperté cantando “El amarrete”, de Ricky Maravilla. Me levanté, me afeité, me bañé, me vestí y, antes de salir a la calle, me puse el sombrero y el sobretodo que, pensando en la ocasión, había rescatado del fondo del ropero. Eran las doce y cuarenta y cinco del mediodía cuando me senté en una mesa del bar “La Perinola”. Eran las doce y cuarenta y ocho cuando el mozo me dijo que si no iba a consumir nada no podía quedarme ahí. Me paré de inmediato y me fui a la vereda. ¿Qué iba a hacer? No tenía dinero y Luis Miguel no estaba ahí para que le reclamara los viáticos. Me había asignado a mí la investigación del bar y, aprovechando la ausencia de Óscar Casabache, había ido a hacerle una visita a Gladys Forivonti para, según me había dicho, hablar un poco acerca del caso.

A los pocos minutos de estar mirando, con la ñata pegada al vidrio, el interior del bar, un tipo muy alto, un tanto encorvado y taciturno entró al lugar, ocupó una mesa apartada de la puerta y, sin que le tomaran ningún pedido, recibió, por parte del mozo, una lágrima, un tostado y un exprimido de naranja. Casabache agradeció ensayando una sonrisa cargada de melancolía, le puso azúcar a la lágrima, revolvió y la tomó lentamente. Después, mientras leía el diario, comió el tostado y bebió el jugo de naranja. Pagó con cincuenta pesos. El mozo le dejó el vuelto en monedas. Él las guardó en uno de los bolsillos de su pantalón y caminó bar afuera.
La sospecha de su mujer estaba fundada. Óscar Casabache no había dejado propina; se había llevado los tres pesos consigo. Debía seguirlo y averiguar qué haría con el dinero.
Sin pausa, pero sin ninguna prisa, Casabache demoró veintisiete minutos en recorrer las nueve cuadras que nos separaban de la plaza Almagro. Andando a paso cansino avanzó por una de las diagonales que la atravesaban, rodeó el monumento central, ingresó al corral en el que estaba emplazada la calesita, compró un boleto, esperó a que se detuviera y se subió a uno de los caballos celestes. Aunque sus pies llegaban al piso, de todos modos se ajustó el seguro. Ni bien echaron a andar la calesita y comenzó a sonar la música, la tristeza abandonó su rostro. Montado sobre su caballo celeste, Casabache reía con ganas, era un canto a la felicidad. Quizá por eso el calesitero le ofrecía la sortija con la promesa tácita de no complicarle la captura. Pero Óscar no lo registraba; ni siquiera intentaba agarrarla. Disfrutaba de tal manera la vuelta que estaba dando, que no quería pensar en vueltas futuras.
Cuando la calesita se detuvo y la música cesó, la expresión de su rostro recuperó el aire circunspecto que la caracterizaba. Moviéndose con suma lentitud, se quitó el seguro, se desmontó del caballo y abandonó la plaza. Yo caminaba detrás de él dispuesto a no perderle pisada. Sin embargo, antes de llegar a la esquina divisé a mi padre, que estaba sentado en un banco lejano junto a una mujer rubia de gran tamaño. Unos días atrás lo había visto con Botswana Amarula, su mujer africana. ¿Sería esta rubia Gretchen Shutcrut, su mujer alemana, o estaría cometiendo un acto de infidelidad contra sus seis esposas? No podía quedarme a averiguarlo, porque debía seguir al bueno de Casabache. Por fortuna, Óscar caminaba a paso lento y no me demoré más de dos cuadras en darle alcance. Las dudas y la tristeza parecían ganarlo a medida que se aproximaba a su casa, pero, tras dudar un buen rato frente a la puerta, lanzó un suspiro y entró. En seguida sentí una mano sobre mi hombro. Era Luis Miguel y tenía el cabello mojado, como si acabara de bañarse.

―¿Y? ―me preguntó― ¿Qué averiguaste? ¿Da propinas o no?

2 comentarios:

  1. ¿Al bar "La Perinola" va aquel que se "toma todo"?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dicen que es así, Fernando, porque tiene muy buenos precios.
      Saludos!

      Eliminar