lunes, 23 de septiembre de 2013

Día 266 - Rico y redundante

Hoy me desperté cantando “Pantalón con bulto”, de Ignacio Copani. Con el objetivo de evitar el primer plato de arroz con salsa rosa de la semana, almorcé en el monoambiente y sólo entonces fui a la casa de mi viejo para la segunda semana de retiro espiritual. Aunque parecía algo fastidiado por haber tenido que esperarme, no lo quedó más remedio que felicitarme por haber cumplido con el Mandamiento de siempre llegar tarde.
Sentados frente a frente sobre los almohadones de la sala, permanecimos callados hasta que él decidió que había llegado el momento de romper el silencio.

—Esta semana —me dijo— repasaremos preceptos más emparentados con mi experiencia personal que con las leyes universales. El primer consejo que te voy a dar, Natalio, y podés considerarlo el Sexto Mandamiento, es que estés atento a la ropa que usás. Todos los hombres tenemos en nuestro ropero al menos un pantalón al que se le baja el cierre y al menos un bóxer que tiene falencias en las tareas de contención, ya sea porque se le desprenden los botones o porque la apertura frontal es holgada en exceso. Es importante, hijo, y te lo digo por experiencia propia, que nunca combines ese pantalón con ese calzoncillo, porque vas a terminar demorado en una comisaría y con una denuncia por exhibicionismo pesando en tu prontuario.
El consejo me pareció, cuanto menos, innecesario, como todo lo que había oído durante la primera semana de retiro, pero dos componentes del relato me hicieron un hombre sumamente feliz. En primer lugar, que mi viejo me hubiera llamado “hijo”; en segundo lugar, que, al igual que a mí, lo hubieran acusado por trastornos de índole sexual que en realidad no padecía.

Ahí estábamos, manteniendo una charla amena ante la que cualquier testigo circunstancial habría concluido que nunca nos habíamos separado. Entre un tema y otro, surgió el de las mujeres y, para no escuchar detalles acerca de su relación con mi vieja, le conté de Vicky, de cómo nos conocimos, de su obsesión por comerse las uñas, de sus guantes de cocina, del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos, de su carrera incipiente como boxeadora profesional, de Héctor “Bicicleta” Perales y La Mole Moni… Le conté todo. Cada vez que el intentaba meter un bocadillo, yo, por precaución, lo interrumpía y le revelaba un aspecto más de mi vida. Así nos entretuvimos hasta la hora de la cena, en la que disfrutamos de un rico y redundante plato de arroz con salsa rosa.

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