miércoles, 11 de septiembre de 2013

Día 254 - Cansado de esperar

Hoy me desperté cantando “No soy rencorosa pero sí memoriosa”, de Panam. Un día después todavía me pregunto por lo sucedido ayer. ¿Qué hacía el mimo visitando la casa en la que Luis Miguel dice que vive mi padre? ¿Estaría visitando a su antiguo compañero de profesión? ¿O acaso era él quien vivía ahí y mi detective privado había confundido al mimo con mi padre? ¿Cabía la posibilidad de que el mimo fuera mi padre?
Yo creo que no. A mi viejo lo recuerdo alto, fornido, bien parecido, simpático, enérgico… y este tipo da la impresión de ser todo lo contrario. Quizá lo idealicé como consecuencia  de su ausencia de tantos años. Tal vez mi viejo es ese escracho y yo lo convertí, con mi imaginación, en una suerte de superhéroe. Lo dudo, porque cuando mi viejo se fue yo no llegaba a ser un adolescente, pero ya tenía más de diez años, suficientes para guardar una imagen cabal de un ser humano y mantenerla al resguardo de posibles futuras distorsiones.

Fuera como fuera, sólo una persona podría decirme la verdad. Me fui del monoambiente, subí a la furgonetita y conduje hasta la puerta de la casa de mi madre. Golpeé, pero nadie atendió. Manejé, entonces, hasta la esquina, giré a la derecha y estacioné sobre la vereda de enfrente a aquella en la que se encontraba la casa en la que se suponía que vivía mi viejo. Mi primo Luján, de Luján, y Samuel, que se habían quedado haciendo guardia durante toda la noche, corrieron a recibirme con mucho entusiasmo y se alegraron de que hubiera llegado para reemplazarlos. En realidad, yo había ido hasta ahí por otras cuestiones, pero me habría dado culpa admitirlo. En agradecimiento al esfuerzo que habían hecho, les ofrecí la furgonetita para que llegaran más rápido al monoambiente. Aceptaron. Antes de que se fueran, les pregunté si habían notado algún movimiento en torno a la casa vigilada.
—Antes de que llegaras —dijo Samuel rateando. El sueño hacía que se demorara unos segundos entre un verso y otro. Estaba cansado— entró otra vez / el hombre que no habla / pero esta vez / entro con una falda / con una mujer / a la que conocías / antes de nacer.
—¿La Virgen María? —le pregunté temiendo que el Pelotudo se hubiera puesto místico.
—¡No! —intervino Luján— ¿Qué Virgen ni que ocho cuartos? Tu vieja entró. Vino hasta acá con el mimo y entraron los dos. Deben estar por salir en cualquier momento.

Movido por el temor a que mi vieja identificara la furgonetita, les pedí que se fueran lo más rápido posible y me senté detrás de un árbol a esperar a que salieran. A los pocos minutos el mimo atravesó la puerta de calle, pero mi vieja no salió detrás de él. Me quedé cinco horas esperando a que saliera, pero fue en vano. Cansado de esperar, volví al monoambiente con las manos vacías. Por lo menos la permanencia de mi madre dentro de ese departamento fortalece la hipótesis que dice que mi padre está viviendo ahí.

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