lunes, 2 de septiembre de 2013

Día 245 - Vos no sos mi mamá

Hoy me desperté cantando “Adicto a ti”, de Walter Olmos. Parece que el cuarteto no es el tipo de música que le gusta a Vicky, porque esta vez, lejos de la emoción que la invadió el día que le canté una de Luis Miguel, giró sobre la cama, me mostró la espalda y se cubrió la cabeza con la almohada. Cerca del final de la canción, sonó mi teléfono. Era mi vieja, que estaba súper enojada porque, según decía, mi imprudencia y falta de tacto les había hecho perder un negocio de miles y miles de dólares.
—¿A quién se le ocurre hablarle de su Edipo, de la ausencia de su padre y de la menstruación de su madre a un grupo de nenes de seis y siete años? —me preguntó.
—Mirá, hay una canción de Arjona que…
—¡No te hagás el boludo, Natalio! —me interrumpió.
—Así es el stand up, mamá. Vos no entendés nada.
—¿Stand up? ¿Y quién te dijo que tenías que hacer stand up, pelotudo? La gente de los barrios privados está interconectada. Ahora no nos va a llamar nadie. ¡Nos hiciste perder la oportunidad de nuestras vidas! —dijo, al borde del llanto.
—Bueno, tranquila, ya pasó, algo se les va a ocurrir —le dije, tratando de consolarla—… Decime una cosa, ¿cuándo puedo pasar a buscar mi paga?

Mi vieja no respondió.
—Hola… ¡Hola! ¿Vieja?, ¿estás ahí?
Supuse que una falla en las líneas habría interrumpido la comunicación y creí que mis sospechas se confirmaban cuando, a los pocos segundos, mi teléfono volvió a sonar.
—Entonces, ¿cuándo puedo pasar? —pregunté.
—¡Vení lo antes posible! ¡Quieren llevarse a los Pelotudos! —me respondió una voz desbordada por la desesperación.
—Vos no sos mi mamá. ¿Quién habla? —pregunté.
—¡Tu primo Luján, de Luján! —me dijo— ¡Vení ya para acá! ¡Dale, apurate, que se van a llevar a los Pelotudos!
—¿Quién se los va a llevar? ¿Por qué? ¿Adónde?
Luján no respondió.
—Hola… ¡Hola! ¿Primo?, ¿estás ahí?
Supuse que una falla en las líneas habría interrumpido la comunicación y creí que mis sospechas se confirmaban cuando, a los pocos segundos, mi teléfono volvió a sonar.
—¿Por qué se quieren llevar a los Pelotudos? —pregunté.
—No sé. ¿Es una adivinanza? ¿Dónde va la gente cuando llueve? —me preguntó, en tono sarcástico, una voz al otro lado.
—¿Quién habla? —pregunté.
—Luis Miguel. Tenés que venir de forma urgente. Tengo novedades respecto al paradero de tu viejo —me dijo.
—¿De verdad? Buenísimo, pero ahora estoy ocupado con otras cuestiones. Paso en la semana.
Iba a salir de raje para el conventillo, pero recordé una frase que, cuando todavía vivía con nosotros, mi padre repetía incansablemente: “vísteme despacio que estoy apurado”, decía. Nunca comprendí qué quería decir, pero, por las dudas, me tomé mi tiempo. Me afeité, me di un baño de inmersión y desayuné. Entonces sí, partí rumbo al conventillo. Parado en la puerta, me recibió un Luján desencajado.
—¿Por qué no viniste antes? —me preguntó
—Porque estaba apurado —le dije— ¿Qué pasó?
—Hoy, bien temprano, vino Catalina a ver a los Pelotudos y, tras constatar el estado en el que se encontraban, dijo que no tenía más remedio que llamar a un centro de adicciones para que los internaran. Pensé que lo decía como una advertencia para que se asustaran y dejaran de consumir marihuana, pero unos minutos después de su partida llegaron unos tipos en dos o tres ambulancias y se los llevaron a la fuerza… A ellos, a sus mujeres, ¡a todos! No me llevaron a mí porque Bicicleta intercedió en mi favor.
—Una calamidad. Una dolorosa y verdadera tragedia… —dijo Samuel mientras, fumando de su pipa, salía del conventillo y se paraba junto a mi primo Luján.

—¿Y a este Pelotudo? —pregunté— ¿Por qué carajo no se lo llevaron?

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