sábado, 31 de agosto de 2013

Día 243 - El mundo de los barrios privados

Hoy me desperté cantando “Get up, stand up”, de Bob Marley. Había estado pensando pero, sin importar las vueltas que le diera al asunto, no se me ocurría un plan que no requiriera de dinero para ganarle a Héctor “Bicicleta” Perales en la carrera por convertirse en el representante de la banda de reggae que habían formado los Pelotudos. Más allá de este objetivo, necesitaba generar ingresos cuanto antes.
Después de un tiempo esforzando la mente hasta límites insospechados, se me ocurrió que podría volcarme al campo artístico y comenzar una carrera en el mundo del “stand up”. Mi vida está repleta de acontecimientos característicos de los monólogos del género. Creo que mi relación con mi vieja me daría material para diez o doce años.

Ilusionado, me puse a escribir, y tras varios intentos fallidos pude completar un texto de una carilla y media que tiene como temática la separación de mis padres. Sin ánimos de presumir, para ser un primer esbozo, parece un buen producto. Ahora tendría que encontrar la manera de probarlo frente al público para poder hacer los ajustes necesarios.
Luego de escribir, fui hasta lo de mi vieja, porque el domingo anterior, tras mi primera presentación como Gaby, el payaso fofo y milico, quedamos en que regresaría el sábado siguiente para ensayar y definir algunas cuestiones. Estacioné la furgonetita frente a la casa, bajé, golpeé la puerta y esperé unos minutos hasta que el mimo se digno a atender. Prácticamente, estaba viviendo ahí, porque en el conventillo casi ni se lo veía y, en cambio, cada vez que iba a la casa de mi madre me lo encontraba. Para preservar mi salud mental, no quise averiguar dónde estaba durmiendo. Prefería no pensar en la posibilidad de que estuviera ocupando el lugar de mi padre en la cama matrimonial y, con la excusa de regresar pronto a mi monoambiente, les pedí que comenzáramos con el ensayo.
Mi vieja me explicó que, a diferencia del domingo anterior, en el que hicimos alrededor de veinte presentaciones en distintos puntos de la ciudad y sus alrededores, asistiríamos a un único evento que nos ocuparía el día entero.
—Es el cumpleaños del hijo de un político —me explicó.
—¿Amoroso? —le pregunté yo.
—Todos los nenes son la misma cosa —me dijo.
—No, lo que te estoy preguntando es si ese político es Daniel Amoroso.
—No. ¿Y ese quién carajo es?
—No importa. Quería saber nomás.
—Bueno, no me interrumpas, Natalio, y concentrate en lo importante. El evento comienza a las siete de la mañana y se extiende hasta la nochecita. Va a ser un día muy largo, por lo que necesitamos que te prepares algún numerito para que Juan Carlos pueda descansar y reponer energías.
—¿Quién es Juan Carlos? —le pregunté.
—¿Vos sos boludo? —me dijo— ¡Juan Carlos! ¡El mimo! Ni falta hace que te diga que es gente bien posicionada la que nos contrató y causar una buena impresión nos abriría las puertas al sitio más anhelado por todo animador de fiestas: el mundo de los barrios privados.

Después de mucho tiempo, la vida volvía a mostrarme una sonrisa desdentada, pero sonrisa al fin. La alta alcurnia del cliente me daría argumentos para negociar una mejora en mis honorarios, y la libertad que me habían dado para que preparara un “numerito” me permitiría testear ante el público el monólogo que había escrito ese mismo día.

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