lunes, 22 de julio de 2013

Día 203 - La llamada (perdida)

Hoy me desperté cantando “Paren de venir”, de The Sacados. Vicky estaba acostada delante de mí, mostrándome la espalda, pero acurrucada contra mi cuerpo. Terminé de cantar, le di un beso en la espalda y me levanté. En mi teléfono celular, había dieciséis llamadas perdidas de mi primo Luján, de Luján. La primera había sido hecha a las siete y cuarto de la mañana y la última, diez minutos atrás, a las ocho menos cinco. ¿Qué habría pasado? ¿Cuál sería el motivo para que me hubiera llamado tantas veces en un lapso de cuarenta minutos? Lo llamé, pero me atendió el contestador, por lo que, sin dudarlo, busqué las llaves de la furgonetita y le pedí a Vicky que me acompañara hasta el conventillo.

Estacioné en la puerta y, contrario a lo que sucedía antes de la inauguración, los secuaces de Héctor “Bicicleta” Perales nos recibieron con el cariño con el que se recibe a los familiares cuando no se los ha visto durante un largo tiempo. Subimos a la planta más alta, donde se encontraba la habitación que habíamos convertido en el flamante Centro de Contención y Reinserción para Gente con Problemas Pelotudos. Allí, en la puerta de la pequeña cocina que él había instalado, Luján hablaba con Pascual. Por sus ademanes, el tono de su voz y los nervios que evidenciaban sus maneras, cualquier observador circunstancial habría concluido que estaban discutiendo. Sin embargo, aunque los dichos de mi primo manifestaran cierta discordia, Pascual no hacía más que darle la razón y repetirle una y otra vez cuán maravillosos eran sus razonamientos.
—¿Por qué discuten? —les preguntó Vicky.
—Porque vino su mujer a visitarlo y se niega a recibirla —respondió Luján.
—¿Por qué no querés verla? —le pregunté a Pascual.
—Porque es un ser maravilloso —me dijo.
Creí haber detectado cierta ironía en su comentario. Finalmente, tras una charla que se prolongó durante más de dos horas, logramos convencerlo de que nos permitiera hacerla pasar. Nando y Baldomero estaban sentados cada uno sobre una de las siete camas de una plaza que habíamos distribuido en la habitación. Lucían tristes y no era para menos. Un compañero de alcoba había recibido visita de su familia y ellos estaban solos. Le pedí a Vicky que hablara con ellos, que les preguntara si tenían pareja y que, en caso afirmativo, tratara de conseguir un teléfono al cual pudiéramos llamarlas para avisarles que ellos estaban ahí y que podían venir cuando quisieran. La respuesta fue afirmativa: ambos estaban casados.
No había transcurrido una hora desde nuestro llamado cuando, preocupadas porque hacía tiempo que no tenían noticias de sus maridos, las mujeres de Baldomero y Nando golpearon a la puerta del CCRGPP. Antes de saludarla, Baldomero ayudó a la suya a quitarse la campera. Vicky se acercó a mi oído y me dijo que aprendiera de un caballero, pero, a decir verdad, no era la caballerosidad lo que había movido a nuestro amigo, sino que su Problema Pelotudo, que consistía en dar preponderancia a la capa más superficial de cualquier cosa o asunto, hacía que estuviera más pendiente de una simple campera que de su compañera de vida.
Cerca del anochecer, luego de un largo día de charlas interminables y eternas rondas de mate, Vicky tuvo la mala idea de pronunciar una buena idea en voz alta.
—¿Y si se quedan a vivir acá con sus maridos? —dijo a las mujeres—. Sería muy bueno que ustedes los acompañaran en la rehabilitación de sus Problemas Pelotudos, porque, en definitiva, será con ustedes con quienes van a ir a vivir ni bien reciban el alta.
—¡Qué idea más brillante! —exclamó Pascual.

¿Por qué, siempre que hablaba, me daba la impresión de que sus dichos comportaban una gran carga de ironía? De todos modos, su comentario era cierto: la idea de Vicky era brillante. Las tres mujeres estuvieron de acuerdo. El problema radica en que, salvo que se nos ocurra  algún invento, no tendremos lugar para alojarlas a todas. Para ganar algo de tiempo, les sugerí que fueran a sus casas, armaran sus valijas y regresaran al día siguiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario