miércoles, 3 de julio de 2013

Día 184 - El primer invitado

Hoy me desperté cantando “No quiero estar acá”, de Los Ratones Paranoicos. Para el desayuno, descongelé el último táper que nos había dejado mi primo Luján, de Luján. “Canelones de ricota y pollo con salsa boloñesa” decía el papel. “Seis minutos en el microondas”. Mientras comíamos, le comuniqué a Samuel que habíamos consumido toda la comida que nos había dejado Luján y que lo mejor sería organizarnos… armar un cronograma para repartirnos los distintos quehaceres.
—Lo extraño a Luján —me dijo—. No es lo mismo desde que se fue.
—Sí, yo también lo extraño, pero no se fue del país, está a unos minutos de distancia y, sin embargo, no lo fuiste a visitar ni una sola vez.
—Es que a mí no me gustan las medias tintas —se justificó—. O todo o nada. O no lo visito nunca o me voy a vivir allá.

—Así lo único que ganás es no ver a una persona con la que tenés una muy buena relación.
—¡Sabés que tenés razón! —me dijo— Me convenciste. Me voy a vivir con Luján al conventillo.
¿En qué momento le había dado yo semejante consejo? No hacía falta ser un genio para descubrirlo: este turro quería irse para evitar tener que hacerse cargo de algunas tareas del hogar. Mejor así. No me importaba quedarme solo, menos si la partida de Samuel iba a permitirme recibir información acerca de la preparación de La Mole Moni.
Tras armar el bolso, Samuel se detuvo frente a mí y me preguntó si lo llevaba. Era el colmo. ¿Encima que abandonaba el barco con la ruindad de los cobardes, pretendía que lo llevara hasta el conventillo?
—¡Dale! —me dijo— Esto fue idea tuya. Es lo menos que debés hacer.
Estuve a punto de mandarlo a la mierda, pero concluí que llevarlo me daría la excusa perfecta para preguntarle a Luján si había detectado algún movimiento extraño en la rutina del mimo. Llegamos al conventillo y, como sucede desde que acordamos la revancha, no nos permitieron ingresar por no contar con la autorización del encargado. Mientras aguardábamos a que alguno de los hombres apostados frente a la puerta se dignara a llamar a Héctor “Bicicleta” Perales, Luján bajó las escaleras. La alegría que lo invadió cuando vio que Samuel llevaba un bolso consigo fue tan grande que me recordó el momento en el cual, durante mis cumpleaños de infancia, veía llegar al primer invitado. Después de abrazarlo, se acercó al que actuaba como si fuera el jefe de la seguridad del conventillo y le dijo algo al oído.
—¡Usted! —dijo el hombre y esperó a que Samuel lo mirara— Puede pasar.
Samuel ingresó al conventillo y subió las escaleras. Luján subió detrás sin darme tiempo a preguntarle nada en relación al mimo y a mi vieja. No importa. Será cuestión de tiempo para que comiencen a sentir culpa por haberme dejado solo en el monoambiente. Entonces sí, me dirán todo lo que les pregunte. Además, yo tampoco tenía mucho tiempo para quedarme a dialogar. Faltaban dos días para el pesaje, tres para la pelea, y estaba llegando tarde al entrenamiento. Por fortuna, Arnoldo se había adelantado a mi llegada y había comenzado con los ejercicios de elongación.

Por cuestiones de confidencialidad, no puedo revelar detalles que permitan inferir la estrategia que adoptaremos durante la pelea. Sólo diré que Vicky está boxeando muy bien y que, si bien ganó tres o cuatro kilitos, su condición física mejora día a día.

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