miércoles, 17 de abril de 2013

Día 107 - El pata de lana

Hoy me desperté cantando “En septiembre”, de Miguel “Conejito” Alejandro. Reemplazando por un sinónimo o por una frase equivalente cada palabra que contuviera la letra “p”, Samuel cantó conmigo. En lugar de “septiembre” él decía “el noveno mes del año”, cantando rapidito en esa parte, para respetar los tiempos de la canción. Las cosas no están del todo bien entre nosotros. Anoche, sin ir más lejos, tuvimos una pequeña disputa, porque en el monoambiente de Vicky hay una cama marinera y ambos queríamos ocupar la parte de arriba. Tras una serie de argumentaciones que no condujeron a ningún acuerdo, grité “¡Canté pri!” y se terminó la discusión.
Cerca del mediodía nuestros estómagos coincidieron en sus quejidos. No habíamos desayunado y nuestros cuerpos reclamaban el almuerzo.
—Samuel —le dije—, para organizarnos un poco, ¿qué te parece si nos vamos turnando y cada uno se encarga de preparar una comida?
—Dale. Yo segundo —me dijo.
El muy turro estaba vengándose por lo de la cama. Para fastidiarlo, preparé un pollo a la provenzal con puré de papas, palta y zapallo, y de postre una receta que me había pasado el taxista culinario: peras al pisco. Cociné durante más de dos horas, todo para que el exceso de letras “p” en el menú lo hiciera colapsar.
—¡Esto está riquísimo! —me dijo el muy muerto de hambre mientras engullía el tercer plato.
Sin embargo, al momento de levantar la mesa y lavar la vajilla, le volvió, como por arte de magia, ese rechazo radical hacia todo lo que contuviera alguna letra “p”. Levantó y lavó los vasos y los cubiertos, pero dejó los platos.
—¿No te olvidás de algo? —le pregunté.
—Me niego a tener contacto con cualquier elemento cuyo nombre contenga la letra que en el abecedario figura entre la “o” y la “q” —me respondió.
Cuando ya me disponía a saciar mis ansias de acogotarlo, sonó el timbre. Lo miré esperando a que fuera a atender y él me devolvió una mirada a través de la cual me decía que aquella era mi casa, que seguramente sería alguien que me buscaba a mí. No tenía ganas de iniciar una nueva discusión, por lo que, tras resoplar, caminé hasta el portero eléctrico.
—¿Quién es? —pregunté.
—Soy yo —me respondió, cantando, la voz al otro lado del portero.
—¿Qué vienes a buscar? —pregunté cantando yo también.
—A ti —cantó la voz y seguimos hasta el final de la canción de Pimpinela que habíamos cantado alguna vez.
¡Era Luján, de Luján! ¡Mi primo! ¡El mismo que me había abandonado para recorrer el mundo junto a la murga itinerante “Los Piantavotos de Ituizangó”!
—Pasá —le dije y apreté el botón que le permitía abrir la puerta sin necesidad de que yo bajara.
Cuando entró, me fue difícil reconocerlo. Había en él algo diferente. Pero ¿qué?... ¡La piel de la cara! Se le habían ido los granos y tenía un cutis terso e inmaculado.
—¡Tenés la cara impecable, Luján! ¿Qué pasó? ¿Fuiste a un dermatólogo, iniciaste un tratamiento, te operaste? —le pregunté.
—No. La puse —me respondió.
—Y ¿por qué andás con un bolso? ¿Recién llegás de tu viaje o te estás yendo de nuevo?
—Ninguna de las dos cosas —me dijo—. La murga entra en receso en abril y no retoma la actividad hasta el día de la primavera, en septiembre.
—¡Ah! Y el bolso, entonces, ¿para qué lo traés?
—Necesito alojamiento por unos días, Natalio. No tengo adónde quedarme.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? —le pregunté.
—Nada. Cuando me fui con la murga rescindí mi contrato de alquiler y ahora no tengo un peso.
—Y ¿cómo me encontraste?
—Porque en realidad primero la llamé a Vicky para ver si podía quedarme con ella, pero me dijo que viniera para acá, que el departamento es chico, pero tu corazón es grande y no vas a tener problemas de que me quede con vos, al menos por unos días.
¡La puta que lo parió! Extrañaba tanto a este turro que había olvidado que me quiere robar a Vicky. Ahora tendré que convivir con dos adversarios en la carrera por conquistar el corazón de Vicky.
A no desanimarse, Don Natalio. Volvió Luján, de Luján. Aunque sea un pata de lana, su regreso no deja de ser un acontecimiento digno de celebración.

2 comentarios:

  1. Solamente falta que lo echen al portero que te vendió las zapatillas de Jessica Cirio y se vaya al monoambiente de Vicky.

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    1. Esperemos que eso no suceda, Fernando, porque, además de haberme estafado, ese es un tipo jodido.
      Saludos!

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