domingo, 20 de enero de 2013

Día 20 - Mesa para dos


Hoy me desperté cantando “Something”, de los Beatles. Ayer, tras el fallido intento de establecer una nueva sociedad, la llamé a Pato para concertar un encuentro. La invité a almorzar hoy, domingo, en un restorán cercano a mi departamento. Llegué temprano y me senté en una mesa para dos algo apartada del ruido. Al igual que con Samuel, era mi intención la de lograr el ambiente propicio para sacarle la mayor cantidad de información posible acerca de Vicky, la loca de los guantes de cocina. Media hora más tarde, llegó Patricia. Entró al restorán y recorrió el lugar con la mirada hasta que vio mis señas. Lo que hizo entonces me desconcertó: en lugar de acercarse, se volvió hasta la puerta. Pensé que se iba a ir, que la habría asustado el verme pelado y sin sombrero, pero en seguida volvió a entrar, y detrás de ella entró un hombre que debería ser su marido. “Bueno, está bien”, pensé. “Si está en pareja quizá le habría traído problemas almorzar a solas con otro hombre”. Detrás del marido entraron tres nenes de entre cuatro y nueve años que deberían ser sus hijos. “Bueno”, pensé. “Tal vez no tenían con quién dejarlos”. Y sí, efectivamente, no tenían con quién dejarlos, porque uno a uno todos los posibles cuidadores fueron entrando detrás de ellos. Detrás de los nenes, entraron dos parejas de personas mayores que deberían ser los abuelos, y detrás, tres parejas de adultos jóvenes con sus respectivos hijos. En total, eran veintidós personas… Veintidós personas que se sumarían a nuestra mesa y engrosarían la cuenta que, al invitarla, me había comprometido a pagar. Mientras tres mozos anexaban mesas y sillas a nuestra mesa para dos, me acerqué a Pato y le pregunté de qué se trataba todo eso.

—Nosotros los domingos almorzamos en familia —me dijo—. Es una tradición. Como te noté tan urgido y sentí que no podías postergar este encuentro, decidí hacer el esfuerzo y los convencí de venir. Pero no tenés nada que agradecerme. ¿Para qué somos compañeros de grupo si no es para ayudarnos?
Tuve ganas de decirle que yo los domingos tenía la tradición de almorzar en un puesto de panchos y pegarle tres patadas en el culo a veintidós vividores, pero me acordé de Vicky, de mi deseo de conseguir su número de teléfono, y me abstuve. Para colmo, cuando nos sentamos Pato quedó en una punta con su marido y sus hijos, y a mí me tocó sentarme en la otra cabecera, entre las dos abuelas. Sentado ahí fui testigo preferente de una charla muy instructiva en la que una de ellas, especialista en laxantes naturales, le enumeraba a la otra las mil y un maneras de superar el estreñimiento que la aquejaba hacía varios días.
—Meté en un frasco tres ciruelas peladas, echales un chorrito de fernet y dejalas tres días —decía la primera—. Después te las comés con un jugo de naranja exprimido.
—¡Pero nena! —le respondía la otra—, así tendría que esperar tres días más.
—Bueno —insistía la primera—, entonces preparate un mate, pero al agua ponele una tacita de ron, tres cucharadas de miel y el polvo de dos aspirinas trituradas.
—Sabés que no me gusta el mate.
—Entonces probá con esto: subí y bajá dos pisos por escalera, después bañate con agua tibia, decí treinta y tres palabras sin respirar y fumá tres pitadas de cigarrillo.
—No puedo, con las rodillas como las tengo no podría subir y bajar escaleras.
—¡Uy, qué complicada que sos! —decía, resoplando, la primera—. Esta nunca la probé pero me dijeron que funciona: medio quilo de helado de pistacho, treinta gramos de maní con cáscara, media lata de choclo en granos, dos zanahorias rayadas, trece cucharadas de puré de manzana. Todo eso lo licuás, te lo tomás, te embadurnás el abdomen con una tapita de Fluido Manchester y te ponés al sol… Si así no cagás, dejate de joder y hacete un enema.
Por alguna extraña razón, había perdido el apetito. En algún momento tuve la intención de comentarles que había un yogur violeta muy promocionado que tal vez pudiera ser de gran ayuda en la resolución del inconveniente, pero hablaban tanto y tan seguido que no encontré la ocasión de intervenir en la charla. Yo no quise postre. Me sentía un poco descompuesto. Ellas sí, pidieron para compartir una porción de arroz con leche y la especialidad de la casa: unas exquisitas peras en almíbar acompañadas por la más fina selección de quesos.
La cuenta la pagué con la tarjeta. Entre este almuerzo multitudinario y las doce cuotas de la escaladora, voy a tener problemas. Antes de volver a casa, me despedí de Pato hasta el próximo miércoles y, con el derecho que me daba el haber alimentado a toda su familia, le exigí que me diera el número de Vicky.
—¿Sabés que no lo tengo? —me dijo—, porque perdí el celular la semana pasada y, como ella faltó, no se lo pude pedir. Pero te paso el de Julio. Hablá con él que seguro lo tiene.
Perfecto. Ahora voy a tener que juntarme con Julio, el Pelotudo que no sabe comer con palitos chinos. O podría esperar y aguantar hasta el miércoles y hablar con Vicky personalmente. Sí, son tres días nada más. Vamos, Natalio, usted tiene paciencia, va a poder aguantar…

2 comentarios:

  1. Muy nutritivo el diario de hoy, Natalio. Te sugiero refinanciar en VISA cuotas.

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    1. Muchas gracias, Hugo. Tendré en cuenta la sugerencia. Saludos!

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